El autoconcepto es la opinión que una persona tiene sobre sí misma. No debemos confundirlo con autoestima, aunque ambos sirven para referirse al modo en el que construimos una idea de nosotros mismos y cómo nos relacionamos con ella . El autoconcepto sirve para describirnos a nosotros mismos, mientras que la autoestima es la valoración que hacemos de ese autoconcepto, es decir, tiene su razón de ser en el componente emocional desde el que nos juzgamos.
En definitiva, el autoconcepto es el conjunto de características estéticas, físicas, afectivas, etc. que sirven para definir la imagen del “yo”. Es relativamente estable en el tiempo pero puede cambiar o modificarse al desarrollarnos como personas. Es una realidad aprendida. Se aprende y modifica a través de las experiencias que el individuo tiene en los distintos ambientes en los que se mueve, y depende principalmente de sus experiencias de éxito y de fracaso en las tareas a las que se enfrenta.
El autoconcepto nos ayuda a autoconocernos, a decidir qué y cómo debemos pensar y qué tenemos que hacer en cada situación.
Tener un conocimiento personal positivo es la base del buen funcionamiento personal, social y profesional, es además un factor clave en la formación de la personalidad.Frente a una misma experiencia personas/alumnos, con distintos autoconceptos le dan diferentes significados (limitantes o potenciadores).
El autoconcepto se forma a partir de muchos factores, pero principalmente se va construyendo de conceptos y valores que asumimos en la medida en la que interactuamos con otras personas que consideramos más o menos importantes. En este sentido, la familia y el colegio constituyen las dos principales influencias en la formación del autoconcepto.
Como padre/madre, puedo ayudar a mi hijo/a a potenciar un autoconcepto positivo de diferentes formas. He aquí algunos ejemplos:
- Promover climas de aceptación del niño/a para que se considere válido. Tiene que saber que se le quiere por ser quien es, que su conducta, sus éxitos o fracasos, no harán que sus padres le dejen de querer. Esto hace que se sientan seguros y que no tengan ansiedad por no responder a unas expectativas.
- Enfatizar las habilidades personales y de esfuerzo más que hacer referencia a la capacidad o a la suerte.
- Dedicar un tiempo a escuchar con atención y paciencia a los hijos. Deben sentir que son comprendidos y aceptados. Organiza tu tiempo para tener siempre un rato que puedas dedicar a hablar con tu hijo.
- Favorecer situaciones donde puedan tomar sus propias decisiones. Por ejemplo, deja que participe en decisiones comunes como dónde ir el fin de semana o qué hacer para divertiros esa tarde. De esa forma verá que su opinión es tenida en cuenta y se sentirá orgulloso y responsable.
- Enseñarle a pedir ayuda, no sobreproteger. Evita darle las soluciones a sus problemas a menos que él las pida. Deja primero que sea él mismo quien intente buscarlas. Debe saber que estás a su lado por si te necesita pero que es él quien debe responsabilizarse de sus decisiones.
- Promueve la interacción entre los miembros del grupo-familia para que haya una buena vinculación con el grupo-familia.
- Respeta sus miedos y sentimientos. No impidas que muestre lo que siente con frases como “los niños no lloran” o “los demás se van a reír de ti si te pones así”. Déjale expresar sus sentimientos, incluso los negativos, y enséñale a expresarlos adecuadamente.
- Es bueno equivocarse. Saber que todos nos podemos equivocar y que se puede aprender de los errores.
- Vigila tus palabras (evitar palabras hirientes). Evita el “siempre” y el “nunca” para referirte a sus acciones (“nunca escuchas”, “siempre tengo que decirte que…”).
- No le etiquetes. No le digas a tu niño que es bueno o malo, tonto o listo… Es mejor que pongas ejemplos de la conducta particular y no generalizar. En lugar de decirle “Eres malo. Siempre lo rompes todo”, es mejor decir “Has roto este jarrón. ¿Qué ha pasado?”. Poner ejemplos concretos permite que el niño comprenda mejor qué conducta quieres que cambie y aprenda hacerlo en lugar de sentirse culpable.